Los que están a favor del
matrimonio homosexual señalan la historia de malos matrimonios o de matrimonios
que ya no son considerados normales. Entre estos últimos matrimonios, se hallan
el matrimonio incestuoso y el matrimonio múltiple o polígamo. Si estas
desviaciones del matrimonio han sido aceptadas, entonces no habría ningún
problema en aceptar otra más. No obstante, el problema radica en que el
matrimonio homosexual no es una desviación más del matrimonio, sino una
completa separación del mismo.
Con lo anterior, me refiero a
que, incluso cuando tienen problemas inherentes, el matrimonio incestuoso y la
poligamia mantienen la definición de matrimonio. Mientras tanto, el matrimonio
homosexual no mantiene ni un rastro de la definición de matrimonio. Esto es
debido a que las dos primeras clases de matrimonio por lo menos mantienen el
lado de la crianza de los hijos, a diferencia del matrimonio homosexual que es
definido de tal manera que la crianza de los hijos no es relevante. Es decir,
los primeros son matrimonios malos, pero el último no es ni siquiera un
matrimonio.
Esta es otra debilidad de la
posición de los que apoyan el matrimonio homosexual. Habiendo cambiado la
definición del matrimonio, este deja de ser un matrimonio y se vuelve algo
totalmente diferente. Así, el matrimonio homosexual es como un gato haciéndose
pasar por perro. Un gato no deja de serlo sólo porque todos empiecen a llamarlo
de otro modo. De esta manera, llamar al matrimonio homosexual un matrimonio es
simplemente un error que esconde una definición de matrimonio equivocada.
En conclusión, los
matrimonios malos no apoyan al matrimonio homosexual. Un perro enfermo no deja
de ser un perro y un gato sano no puede ser un perro. Es por ello importante
tener claro lo que se define como matrimonio, pues dejar esta definición
escondida sólo beneficia a quien intenta insertar una novedad equivocada. En la
siguiente entrada, escribiré por qué le interesa al Estado mantener la
definición verdadera de matrimonio.
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